sábado, 24 de mayo de 2008

San Ignacio de Moxos

Al salir del hotel de Don Joaquín, en San Ignacio de Moxos, uno pisa una pequeña alfombra de goma negra que dice "Welcome". La propia observación me pareció anecdótica, fruto de mi fijación por lo extraño, y imaginé que alguna persona la levantó para limpiar y la dejó caer, por simple azar, en esa posición.
Anoche fui a tomar una cerveza a un bar donde tienen una de esas gramolas electrónicas. Hoy había alguna noticia sobre Camilo Sesto en la televisión, que aquí es popular, pero yo metí una moneda para hacer sonar una canción en inglés.
Después hemos escuchado tres veces seguidas "La reina del sur" del grupo mexicano "Tigres del Norte", por cortesía de Esteban Mole Calle. Al menos tiene tres cosas mexicanas este hombre: el gusto musical, el primer apellido y la melancolía y obstinación necesarias para poner la misma canción tres veces seguidas mientras habla de las oportunidades perdidas y lo pobres que son los bolivianos.
Cuando ya le había invitado a cerveza y "nos habíamos hecho amigos" me pidió dinero. "Algo que para mí no es mucho y para él sí". Me explicó que preguntar no es ofensa, igual que el otro paisano que el día anterior me había pedido.
Pero surge la culpa cuando uno tiene más que el otro. Así que necesito hacer el cálculo. 2000 pesos bolivianos gana para vivir un mes con su familia. 300 para la casa. Para comida no lo sé.
Luis vive como turista austero con unos 3000 pesos bolivianos. Puede ser que sea apretado vivir con esos 2000 al mes, pero se lamentaba demasiado y pedir no es demasiado creativo.
Resumiendo: NO.
Quizás como hijo de ricos aceptaría darte mucho dinero, pero sólo por ser europeo no.
Él tampoco se ofendió, y llegamos a un trato: si vuelvo por aquí tengo que venir con una máquina para detectar oro y plata. En españa hay de esas, y aquí en Bolivia hay oro y plata, pero no hay tecnología para encontrarlos. El plan era venir con una de esas maquinitas, que ocupa menos de 30 cm., empezar a las 7 de la tarde, con un pico y una pala, hasta las 2 de la madrugada, y al dia siguiente volar con ello hasta europa, venderlo y vuelta a empezar. De esa forma nos hacemos millonarios los dos. En otras circunstancias hubiera pensado directamente que es esquizofrénico, pero en pueblo donde el hotel tiene un tigre por mascota y en la iglesia los cristos visten una falda rosa de mujer, en un lugar así todo puede ser.

lunes, 19 de mayo de 2008

Matar la prisa

Después de esperar cuatro días en Guayaramerín -yendo cada cuatro horas a preguntar en los diferentes accesos al rio Marmoré- por fin alguien me indicó que el Delta tenía que salir esa misma tarde hacia Trinidad. Me fui en taxi (los taxis son motos en esta zona) adonde están las gruas, allí pregunté por el capitán o patrón del Delta. Me dijeron que debía preguntar por Diablo, así le llaman.
Le encontré, acordamos el precio del viaje, 250 bolivianos incluyendo la comida, y me dijo que saldríamos al día siguiente, pero que podía quedarme a dormir en el barco. Por supuesto acepté. Durante el tiempo en Guayaramerín había tenido tiempo para comprar todo lo necesario: una hamaca, una mosquitera, algo de comer y dos botellas de agua, por si acaso no me daban suficiente en el barco. Coloqué mi hamaca sobre unas maderas apiladas, en una de las grandes balsas que iba amarrada al barco motor y que llaman chatas. Observé las otras personas y familias, humildes, que habitaban los recovecos del barco, y que recordaban a los viajes de principios de siglo XIX a a las américas.
Al día siguiente estaba previsto salir a las cuatro de la tarde. Finalmente salimos a las once de la noche: Diablo había ido a cenar a la ciudad.
Un último pasajero de última hora fué un antropólogo polaco enorme, que estaba estudiando su maestría.
Al día siguiente ya estábamos navegando. El río Marmoré es ancho, y con las lluvias del último més había crecido más. Calculo una media de 150 o 200 metros. A los lados están las verdes selvas amázónicas de Brasil y Bolivia, y en medio el turbio y aparentemente sereno río. Según el capitán son 800 Kilómetros de trayecto, que recorreríamos en 8 días. Íbamos a contracorriente y el barco motor remolcaba tres enormes chatas cargadas, entre otras cosas, de una apisonadora, un tractor y los muebles de una familia entera. Se puede uno imaginar la velocidad espantosa del barco, que permitía admirar todos los animalitos y plantas: changuitos (monitos), un tapir o anta -objetivo de caza, frustrado, de los armados marineros-, capiuaras, petas (tortugas), lagartos, caimanes (más grandes), arañas de todos los colores; igual de pájaros: una especie de buitre, martín pescador, garzas, gaviota de rio (más pequeñita), cuervos (como patos con el cuello largo y en forma de ese) y otros que no conozco. También bufeos (mamíferos parecidos al delfín), un oso hormiguero, hormigas grandes y pequeñas, y sobre todo, lo que más he visto de cerca: mosquitos.

A continuación una lista de algunos de los tripulantes y pasajeros.

Diablo, el capitán, al que uno llama Don Juan si no le tiene confianza.
Muelas, un grumete desdentado (cosa muy común en Bolivia) de 19 años.
La cocinera, novia de uno de los tripulantes y con poca habilidad. Comida de rancho.
Los hijos de estos.
Otro grumete que toca la guitarra mal y canta fatal. Yo le llamo el Mono, pero no se su nombre.
Wilson, un comerciante avezado.
Cinco hermanos apodados como Negra, Titi, Pelonchi, Gordo y, por respeto al pequeño, Pablo.
Sus padres.
Su abuela Consuelo. Esta mujer me ha contado todo lo que sabía sobre animales, plantas, salud, personas, ciudades y fé cristiana. Me ha dado a probar un pescado riquísimo y un chocolate con arroz que me han salvado el espíritu alimenticio durante el viaje. Su frase es "Es bonito saber, ¿no es cierto?" y si alguna vez lee esto le envío un saludo muy fuerte y espero que alguna vez pueda viajar a España, que es su ilusión porque su padre era de allí.
Además de estas personas había otras, entre los que había un encantador niño que me intentó robar la cámara de fotos. No hay cinismo ni ironía en la frase, son solo paradojas de la vida.
También estaba su avergonzada abuela, que le dijo que dios castiga.
Y el polaco, Paveu, que iba a estudiar al grupo indígena Moré (si no yerro).

Paveu bajó en la ciudad de Sorpresa, de madrugada. Esa fué la primera parada tras tres días. Todos los viajeros opinaban siempre sobre el momento de llegada a cada sitio, y finalmente siempre era más de lo que ninguno de todos preveía, especialmente más de lo que decía el capitán.
La segunda parada fué en Vigo, un poblado inmerso en la selva cuyo unico acceso es por río, o quizás algún pequeño camino hasta otra población vecina (así son muchos de los pocos lugares que encuentra uno en el trayecto). Allí los animales de granja campan a sus anchas, pasando por debajo de las cercas de alambre. Viven unas 80 familias -algunas en carpas, tras las inundaciones.
Después de que unos lugareños me invitaran a tomar un chocolate, dar un paseo y proveerme de pan, refrescos, unas galletitas y toronjas (pomelos) -lo único que se podría comprar como alimento- me fuí a donde estaba el barco, porque Don Juan me había dicho que saldríamos en una hora y no quería quedarme en tierra.
Pero el capitán estababa bebiendo cervezas en una caseta, con la gente que bebía cervezas, entre ellos el alcalde, algún tripulante, y un tipo con el que no congenié y que me dijo algo de un revolver y de matarme. Yo le dije que no había problema, que si no quería verme yo me iba al barco. El capitán intercedió por mí y el tipo se olvidó del asunto, me dijeron, pero la conciencia de cada uno es secreta, así que yo me quedé en el barco con un ojo puesto en la caseta -más tarde se me ocurrirían resoluciones alternativas y absurdas de aquella situación de la que con tanta serenidad supe salir.

De aquella caseta, al final de la noche, salieron todos como cubas. Yo me encontré al capitán en el barco y me vino a dar un abrazo. Me dijo que lo importante era que la cámara robada había aparecido -no pensó que lo importante es que yo estaba vivo. Entonces me invitó a coquear (mascar la hoja de la coca) y comenzó a hablarme de sus orígenes, de su abuela noruega (se ve que es más alto y peludo que el resto de bolivianos), de sus hijos con su exmujer y del bebé que espera con la de ahora y también me explicó quienes son los Cambas -ellos, los del oriente, mezclados con europeos y turcos- y quienes los Coyas -los del altiplano, indigenas y mala gente (hay un rotundo racismo hacia ellos por parte de los orientales).

Zarpamos al día siguiente. El ritmo del viaje se ralentizó desde entonces. Ya no se viajaba por las noches. Aunque tampoco se emborrachaban. A las 12 de la noche se amarraba el motor (barco) a unos árboles en la orilla y a las 6 de la mañana se seguía navegando.



Tres paradas más en zona pisable, la primera en una estancia -el lugar mínimo habitable en la selva- abandonada por las lluvias, donde nos proveimos de cítricos y conocí la planta del cacao.
La segunda en otra comunidad (pueblo) llamado Puerto Chiloe o Chile. Y la tercera parada en otra estancia -habitada por una sola familia- con motivo de la falta de combustible para poder continuar el viaje. Por suerte, al llegar la noche apareció un motor que nos prestó un barril de combustible.

Después de doce días de viaje llegamos a La Loma, el primer lugar conectado con Trinidad por via terrestre, a solo diez Kilómetros. Yo bajé con mi mochila y me fuí en taxi hasta allá, pero los pasajeros con carga no pudieron abandonar el barco, y en estos momentos podrían estar esperando todavía el segundo barril de combustible que necesitan para recorrer el último tramo.

(un día después de escribir esta historia me encontré en Trinidad con Wilson, el comerciante que viajaba en el Delta. Me explicó que el había ido por tierra a recoger su mercancía porque el barco todavía estaba esperando en La Loma mientras el capitán se emborrachaba)



domingo, 4 de mayo de 2008

Guayaramerin (y recuerdo de personajes)



Siguiendo con los viajes largos se me ocurrió ir dirección Santa Cruz, al este de Bolivia, para luego pasar a Brasil por Pantanal, uno de los lugares econosequémente más rico y, por cierto, más caro. Aún con las dudas de si voy a poder visitar este pantano -mi presupuesto se acaba y la única posibilidad es buscar algún trabajo o gastar lo que guardaba como reserva- he decidido que voy a ver el este de Bolivia por el momento.
Así que, estando en Puerto Maldonado (Perú) y por ahorrar dinero, descarté la visita a un curandero -ahora le llaman Shamán o Chamán por el uso frecuente y mitificado que los gringos han hecho de esta palabra de connotaciones negativas-. También descarté la visita a la selva. Ambas cosas estaban a precio turista adinerado, es decir, unos cien dolares el tour y cincuenta por vivir el rito con el curandero, en el que se toma la bebida sagrada -y alucinógena en ciertas dosis- llamada Ayahusaca.
Conocí la posibilidad de acudir a un curandero porque conocí en el autobús a un periodista de Newcastle, que viajaba también a Puerto Maldonado, y me explicó que quería someterse al rito para después escribir sobre ello. Su historia es la siguente: Para empezar diré que fue campeón nacional de atletismo del Reino Unido, lo tuvo que dejar por una lesión en la rodilla, cuando en una operación le hicieron desaparecer una de esas partes con un nombre que duele al oirlo, y que necesitaba para poder correr bién. Trabajó como periodista varios años porque creía que sería diferente cada día. Comprobó que no, y entonces decidió que se iba a viajar por sudamérica. Para ahorrar dinero trabajó ocho meses en Reino Unido. Como la vivienda allí es muy cara pasó dos meses durmiendo en una tienda de campaña, cerca de la playa; otros tres meses repartido entre las casas de varios amigos, a cambio de cocinar todas las noches; los otros meses los pasó en una carabana, no sé de quién. Parece ser que el jefe (de su trabajo como periodista) un día le comentó que no era bueno para su salud que viviera en una tienda de campaña, y mi amigo inglés le dijo que si le pagaba más se buscaría una casa. La última vez que compitió corriendo fue justo antes de venir a américa -una media maratón, y otros dos tipos de carrera- para pagarse el billete de avión. Después de viajar unos meses se apeó en Cuzco, donde tuvo un romance con una chica de allí y trabajó como profesor de inglés dos meses. Ahora debe de estar recuperándose de su viaje místico con el curandero.

Ahora mismo recuerdo otro personaje que conocí en Rosario. Es una chica francesa que descansaba, en el mismo albergue que yo, de su investigación sobre agricultura alternativa. Lo más interesante es que una chica francesa de veintiún años haya viajado haciendo autoestop por Argentina y Brasil con mucha frecuencia, rompiendo así algunos esquemas mentales colectivos sobre el concepto de peligro o latinoamérica. Se notaba que disfrutaba quebrando los prejuicios de la gente con sus vivencias.

En cualquier caso, rechacé la idea del curandero y me fuí hacia Cobija, en un trayecto de 4 horas. Después de llegar a la frontera Perú-Brasil recorrí un tramo en otro taxi, hasta llegar de nuevo a la ciudad fronteriza Brasilea, y desde allí, andando, a Cobija. Tuve que pasar dos noches en esa ciudad, donde conocí a dos niños muy simpáticos que me explicaron sobre los peligros de las maras que ajustan cuentas por las madrugadas. A las doce de la noche, decían, no hay nadie en las calles.
Así que yo me fuí cautelosamente a dormir a las nueve y media o antes. Al día siguiente no encontré bus, así que se repitió el dia, incluyendo el encuentro con el niño. Otro dia después me aventuré en un viaje de dieciocho horas, cruzando cuatro rios del amazonas -en transbordadores que soportaban el peso del autobús y que luchaban contra la corriente de los rios para llegar a su puerto. Por fin llegué ayer a un pueblo llamado Riberalta. Allí pasé una noche más, yendome a dormir precavidamente temprano, y al dia siguiente, hoy, he llegado al difícil de nombrar Guayanameri, en una hora y media. El trasnporte en bus hasta Trinidad es difícil, porque las lluvias han crecido los rios, así que mejor me voy a ir en barco, que es más lento pero autóctono -seis dias compartiendo viaje con los lugareños y durmiendo en una hamaca de lona. Quise comprar o informarme del billete de barco esta tarde, al llegar, pero me señalaron el puesto de la guardia de la marina, encargada de la información, y me dí cuenta de que el edificio está totalmente anegado de agua. Así que mejor mañana voy a preguntar directamente en los barcos, que ahora, por el nivel del rio, pueden navegar hasta la boletería.