lunes, 19 de mayo de 2008

Matar la prisa

Después de esperar cuatro días en Guayaramerín -yendo cada cuatro horas a preguntar en los diferentes accesos al rio Marmoré- por fin alguien me indicó que el Delta tenía que salir esa misma tarde hacia Trinidad. Me fui en taxi (los taxis son motos en esta zona) adonde están las gruas, allí pregunté por el capitán o patrón del Delta. Me dijeron que debía preguntar por Diablo, así le llaman.
Le encontré, acordamos el precio del viaje, 250 bolivianos incluyendo la comida, y me dijo que saldríamos al día siguiente, pero que podía quedarme a dormir en el barco. Por supuesto acepté. Durante el tiempo en Guayaramerín había tenido tiempo para comprar todo lo necesario: una hamaca, una mosquitera, algo de comer y dos botellas de agua, por si acaso no me daban suficiente en el barco. Coloqué mi hamaca sobre unas maderas apiladas, en una de las grandes balsas que iba amarrada al barco motor y que llaman chatas. Observé las otras personas y familias, humildes, que habitaban los recovecos del barco, y que recordaban a los viajes de principios de siglo XIX a a las américas.
Al día siguiente estaba previsto salir a las cuatro de la tarde. Finalmente salimos a las once de la noche: Diablo había ido a cenar a la ciudad.
Un último pasajero de última hora fué un antropólogo polaco enorme, que estaba estudiando su maestría.
Al día siguiente ya estábamos navegando. El río Marmoré es ancho, y con las lluvias del último més había crecido más. Calculo una media de 150 o 200 metros. A los lados están las verdes selvas amázónicas de Brasil y Bolivia, y en medio el turbio y aparentemente sereno río. Según el capitán son 800 Kilómetros de trayecto, que recorreríamos en 8 días. Íbamos a contracorriente y el barco motor remolcaba tres enormes chatas cargadas, entre otras cosas, de una apisonadora, un tractor y los muebles de una familia entera. Se puede uno imaginar la velocidad espantosa del barco, que permitía admirar todos los animalitos y plantas: changuitos (monitos), un tapir o anta -objetivo de caza, frustrado, de los armados marineros-, capiuaras, petas (tortugas), lagartos, caimanes (más grandes), arañas de todos los colores; igual de pájaros: una especie de buitre, martín pescador, garzas, gaviota de rio (más pequeñita), cuervos (como patos con el cuello largo y en forma de ese) y otros que no conozco. También bufeos (mamíferos parecidos al delfín), un oso hormiguero, hormigas grandes y pequeñas, y sobre todo, lo que más he visto de cerca: mosquitos.

A continuación una lista de algunos de los tripulantes y pasajeros.

Diablo, el capitán, al que uno llama Don Juan si no le tiene confianza.
Muelas, un grumete desdentado (cosa muy común en Bolivia) de 19 años.
La cocinera, novia de uno de los tripulantes y con poca habilidad. Comida de rancho.
Los hijos de estos.
Otro grumete que toca la guitarra mal y canta fatal. Yo le llamo el Mono, pero no se su nombre.
Wilson, un comerciante avezado.
Cinco hermanos apodados como Negra, Titi, Pelonchi, Gordo y, por respeto al pequeño, Pablo.
Sus padres.
Su abuela Consuelo. Esta mujer me ha contado todo lo que sabía sobre animales, plantas, salud, personas, ciudades y fé cristiana. Me ha dado a probar un pescado riquísimo y un chocolate con arroz que me han salvado el espíritu alimenticio durante el viaje. Su frase es "Es bonito saber, ¿no es cierto?" y si alguna vez lee esto le envío un saludo muy fuerte y espero que alguna vez pueda viajar a España, que es su ilusión porque su padre era de allí.
Además de estas personas había otras, entre los que había un encantador niño que me intentó robar la cámara de fotos. No hay cinismo ni ironía en la frase, son solo paradojas de la vida.
También estaba su avergonzada abuela, que le dijo que dios castiga.
Y el polaco, Paveu, que iba a estudiar al grupo indígena Moré (si no yerro).

Paveu bajó en la ciudad de Sorpresa, de madrugada. Esa fué la primera parada tras tres días. Todos los viajeros opinaban siempre sobre el momento de llegada a cada sitio, y finalmente siempre era más de lo que ninguno de todos preveía, especialmente más de lo que decía el capitán.
La segunda parada fué en Vigo, un poblado inmerso en la selva cuyo unico acceso es por río, o quizás algún pequeño camino hasta otra población vecina (así son muchos de los pocos lugares que encuentra uno en el trayecto). Allí los animales de granja campan a sus anchas, pasando por debajo de las cercas de alambre. Viven unas 80 familias -algunas en carpas, tras las inundaciones.
Después de que unos lugareños me invitaran a tomar un chocolate, dar un paseo y proveerme de pan, refrescos, unas galletitas y toronjas (pomelos) -lo único que se podría comprar como alimento- me fuí a donde estaba el barco, porque Don Juan me había dicho que saldríamos en una hora y no quería quedarme en tierra.
Pero el capitán estababa bebiendo cervezas en una caseta, con la gente que bebía cervezas, entre ellos el alcalde, algún tripulante, y un tipo con el que no congenié y que me dijo algo de un revolver y de matarme. Yo le dije que no había problema, que si no quería verme yo me iba al barco. El capitán intercedió por mí y el tipo se olvidó del asunto, me dijeron, pero la conciencia de cada uno es secreta, así que yo me quedé en el barco con un ojo puesto en la caseta -más tarde se me ocurrirían resoluciones alternativas y absurdas de aquella situación de la que con tanta serenidad supe salir.

De aquella caseta, al final de la noche, salieron todos como cubas. Yo me encontré al capitán en el barco y me vino a dar un abrazo. Me dijo que lo importante era que la cámara robada había aparecido -no pensó que lo importante es que yo estaba vivo. Entonces me invitó a coquear (mascar la hoja de la coca) y comenzó a hablarme de sus orígenes, de su abuela noruega (se ve que es más alto y peludo que el resto de bolivianos), de sus hijos con su exmujer y del bebé que espera con la de ahora y también me explicó quienes son los Cambas -ellos, los del oriente, mezclados con europeos y turcos- y quienes los Coyas -los del altiplano, indigenas y mala gente (hay un rotundo racismo hacia ellos por parte de los orientales).

Zarpamos al día siguiente. El ritmo del viaje se ralentizó desde entonces. Ya no se viajaba por las noches. Aunque tampoco se emborrachaban. A las 12 de la noche se amarraba el motor (barco) a unos árboles en la orilla y a las 6 de la mañana se seguía navegando.



Tres paradas más en zona pisable, la primera en una estancia -el lugar mínimo habitable en la selva- abandonada por las lluvias, donde nos proveimos de cítricos y conocí la planta del cacao.
La segunda en otra comunidad (pueblo) llamado Puerto Chiloe o Chile. Y la tercera parada en otra estancia -habitada por una sola familia- con motivo de la falta de combustible para poder continuar el viaje. Por suerte, al llegar la noche apareció un motor que nos prestó un barril de combustible.

Después de doce días de viaje llegamos a La Loma, el primer lugar conectado con Trinidad por via terrestre, a solo diez Kilómetros. Yo bajé con mi mochila y me fuí en taxi hasta allá, pero los pasajeros con carga no pudieron abandonar el barco, y en estos momentos podrían estar esperando todavía el segundo barril de combustible que necesitan para recorrer el último tramo.

(un día después de escribir esta historia me encontré en Trinidad con Wilson, el comerciante que viajaba en el Delta. Me explicó que el había ido por tierra a recoger su mercancía porque el barco todavía estaba esperando en La Loma mientras el capitán se emborrachaba)



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