miércoles, 30 de abril de 2008

Puerto Maldonado

Estoy en Puerto Maldonado, en la selva amazónica de Perú. Llegué aquí después de un largo viaje de 24 horas. La idea era que fueran solo 19, pero un árbol se cayó por un derrumbre de tierra en medio de la carretera y nos quedamos a dormir en el bus hasta que una grua llegó al amanecer para apartarlo.
Por fin estoy en medio de la selva. He intentado buscar un barco para ir a través del rio Madre de Dios hasta Bolivia, pero no hay forma. Sólamente por tierra.
En este pueblo o ciudad hay motos por doquier, unos se llevan a otros, son gentes honestas y amables -y parece que no es por interés económico-, árboles selváticos que se agitan con el viento, palmeras bajo el cielo nublado; ayer por la tarde, al llegar, se puso el cielo rosa, llovió fuerte y luego paró. El viento es constante desde esta madrugada, y refresca. También hay motocarros entre las infintas motocicletas. El suelo de las calles está sin asfaltar y es de tierra rojiza, a los lados y entre las aceras rotas el pasto es verde intenso cuando se moja con la lluvia. Como veis hoy me he puesto un poco serinteresante.

sábado, 26 de abril de 2008

Machu Picchu (Vieja Montaña)



Dos turistas intentan captar las energía que supuestamente

desprende un calendario solar labrado en una piedra


Es curioso que un lugar antiguamente tan escondido sea tan conocido ahora. En solo décadas se han convertido sus alrededores (la población de Aguas Calientes) en una enorme tienda de souvenirs incrustada en medio entre inmensas y escarpadas montañas verdes. Hoy, como otros tantos turistas, he participado en la sumisión turística de este lugar, adquiriendo un billete de tren turístico para poder volver más rápido a Ollantaytambo (tardé un día en aprender a pronunciarlo), por el precio de 31 dólares americanos, que les dicen. Mi dignidad es mediocre y se fijaba por este precio. Si no hubiera quedado disponible este tipo de billete sólo quedaba otro de 60 dólares que no estaba dispuesto a pagar, lo que hubiera supuesto volver por el camino que llegué a Aguas Calientes y es el siguiente:

Desde Cuzco (o Cusco, no se) llegué en bus a Ollantaytambo, un pueblo de preciosas acequias, preciosas paredes empedradas y preciosos turistas. Lo abandoné al dia siguiente para plantarme en Santa Teresa en la tarde. El último tramo del viaje fue compartido en una furgoneta con el conductor y una pareja mexicana, internados en las plataneras de las montañas. Desde ese momento he evadido felizmente la masificación. En Santa Teresa me alojó una familia cuya hija me indicó el camino a unas relajadas termas. La cena riquísima, y barata (unos 90 céntimos de euro), sopa calentita y arroz con huevo y ternera. Y por la noche acudí como espectador a un partido de fútbol entre el barrio más alto (municipio) y Santa Teresa. Calculo que la población total es de unos 130 habitantes entre los dos barrios que, por cierto, colindan.

Al dia siguiente lo más espectacular: Para empezar la caminata hay que atravesar el río Urubamba, de unos 25 metros de ancho, utilizando una especie de cesta de hierro que cuelga sobre un cable que une ambas partes del río. Una vez subes a la caja (del tamaño de un carrito de la compra pero mucho más bajo) por el peso del carrito te dejas lanzar a toda velocidad hasta más de la mitad del recorrido, luego con unas cuerdas tienes que ir estirando hasta llegar a la otra parte… la verdad es que es lo mas emocionante, casi mejor que machu picchu y hasta he soñado con él (el carrito). A partir de ahí varias cosas: unas cataratas donde me he remojado, una caminata por las vías de un tren rodeado de plataneras e indicios de selva, túneles, paisajes de altísimas y floridas montañas recordando la peli “Aguirre: la cólera de dios” de Werner Herzog (ambientada en la selva, con gran calidad y realismo en todos los sentidos), cansancio, el primer perro que me ha mordido en mi vida (sólo un rasguño) y por fin, llegada triunfal a Aguas Calientes tras 6 horas de caminata. Olvidaba el mate de haba y el poderoso desayuno consistente en Papa con ají, tallarines y licuado mixto con papaya y plátano, todo en la dulce Santa Teresa.
La llegada a este turisticio a los pies de Machu Picchu ha roto mi propio ritmo, encontrado tras un mes de viaje, y que tiene que ver con “caminar” y “selva”. Se desató mi capacidad crítica hacia lo que hago: turismo, y hallándome en el límite lo rehuyo a la vez que lo habito.

domingo, 20 de abril de 2008

Microbuses en Bolivia

El transporte colectivo más utilizado en las dos capitales de Bolivia -Sucre y La Paz- es una furgoneta tipo combi, con una puerta lateral corrediza y cinco filas de asientos en total. En la parte frontal del vehículo hay lugar para tres personas incluyendo al conductor. Detrás hay cuatro filas, compuestas cada una por un asiento de un metro de ancho -donde se pueden acomodar dos personas- y un asiento plegable, para una persona, sujeto a la parte derecha del primero.
Muchas de ellas tienen letreros en japonés en la parte exterior. Se puede saber que son importadas, además, porque en el lugar del copiloto hay indicios de la antigua existencia de volante, pedales y conexiones eléctricas (los japoneses tienen el volante a la derecha y conducen por la izquierda). Cada compañía tiene, como es normal, su propio nombre en castellano, que figura en el lateral o el frontal. En Perú me llamó la atención la compañia "Batman", que utiliza los mismos colores del emblema del superhéroe. Para mí eso es creatividad, y valentía empresarial. Son compañías que funcionan normalmente dentro de su contexto, y nadie deja de subir en los buses "El Gaucho Loco" aunque pueda evocar la imagen de un vaquero intentando cabalgar un caballo encabritado en medio de un rodeo. Además también suele figurar algun lema relacionado con Jesucristo o Dios, tipo "Dios es el señor de este vehículo" o "Jesús, asísteme en mi viaje".
El vehículo comienza su recorrido a poca velocidad, lo más cerca posible de la vereda derecha donde recogerá a los pasajeros, y a veces compitiendo con otros buses por acceder a este lugar. Además del conductor, en la furgoneta viaja también un ayudante que se situa junto a la puerta corrediza lateral. La primera parte de su trabajo consiste en ir gritando a voces y de forma tán rápida y continua como le sea posible la lista de lugares a los que se dirije o por los que va a pasar el vehículo, pronunciando por último y en la misma retahíla el precio del pasaje (normalmente un [peso] boliviano). Este anuncio se repite continuamente, con un intervalo de unos segundos entre uno y otro. Cuando algún transeúnte levanta la mano para solicitar pasaje el ayudante interrumpe el anuncio y descorre la puerta de forma precipitada mientras el conductor frena. El pasajero sube y el recorrido continua como antes o con la puerta abierta -si la zona es concurrida y el ayudante considera que alguien va a subir en poco tiempo.
Poco a poco se van llenando los asientos hasta que queda sólo uno, que usualmente es el delantero de la derecha, junto a la ventanilla. El ayudante le indicará al último pasajero su lugar: "adelante"; el pasajero que viajaba junto al piloto se desplaza -si aun no lo había hecho- al asiento central, más cercano al del conductor y más estrecho e incómodo. No recuerdo el número exacto de pasajeros -creo que doce, además de conductor y ayudante- pero lo que sé es que es un número exacto (lo conté en varias ocasiones).
Aunque la sensación inicial es que existe un completo desorden -los gritos del ayudante, la prisa por llenar pasaje, los acelerones, frenazos, giros bruscos-, existe un terrible y emocionante orden en lo que respecta al sitio y a la cantidad de los pasajeros (en Perú parece, en cambio, que el único límite es el espacio físico), también sobre cuál es el momento de pagar y otros aspectos que seguramente desconozca.
Una vez completado el pasaje el vehículo comienza su recorrido a gran velocidad. Unos momentos después el ayudante pide los boletos y la gente le hace llegar su moneda.
En los viajes dentro de la ciudad es rápido el proceso de llenado de pasajeros, pero en viajes a los exteriores de la ciudad, menos frecuentados y si no es temprano en la mañana, es posible que el cohe pueda tardar más de una hora en ocuparse, esperando en una esquina donde tiene parada o en una zona de mercado. Por todo esto es una suerte encontrar una combi donde sólo falta por ocupar un lugar: por una parte la partida será inmediata, en segundo lugar es muy probable que el asiento libre sea el del copiloto junto a la ventanilla, y por último y como complemento, el ayudante lleva cierto tiempo dedicado a captar clientes, y los pasajeros esperando: la expectativa de ver llegar al último pasajero que va a completar el vehículo y que va a permitir partir después de la larga espera genera cierta emoción en el grupo que, aunque no se verbalice entre los clientes, sí es explícito en el ayudante, que a toda velocidad grita el nombre del lugar de destino seguido de "último lugar", señalando el asiento delantero. Por una, por otra o por todas las razones, es emocionante llegar el último. Es algo así como ser el héroe de la película cuyas acciones generan la incertidumbre y llevan al climax final.
Pensando un poco más en los lemas cristianos que suelen figurar en el frontal de los vehículos, deduje que si alguien tiene que ser el héroe, ese es el conductor. Especialmente la primera vez conté con entusiasmo el número de pasajeros, deseando que fueramos doce más el conductor, como los apóstoles y jesucristo. En ese viaje no venía ningún ayudante, sino otro pasajero. Conté catorce , así que sobraba un pasajero y no se cumplía ningún tipo de profecía. Quizás, sí se cumple en la mayoría de los viajes interurbanos, donde viajan doce, más el conductor, más el ayudante que este caso no sé a qué personaje bíblico correspondería. Yo diría el arcangel San Gabriel, pero como no conozco mucho de la religión católica espero que alguien me pueda ayudar a solucionar esta cábala.