domingo, 4 de mayo de 2008

Guayaramerin (y recuerdo de personajes)



Siguiendo con los viajes largos se me ocurrió ir dirección Santa Cruz, al este de Bolivia, para luego pasar a Brasil por Pantanal, uno de los lugares econosequémente más rico y, por cierto, más caro. Aún con las dudas de si voy a poder visitar este pantano -mi presupuesto se acaba y la única posibilidad es buscar algún trabajo o gastar lo que guardaba como reserva- he decidido que voy a ver el este de Bolivia por el momento.
Así que, estando en Puerto Maldonado (Perú) y por ahorrar dinero, descarté la visita a un curandero -ahora le llaman Shamán o Chamán por el uso frecuente y mitificado que los gringos han hecho de esta palabra de connotaciones negativas-. También descarté la visita a la selva. Ambas cosas estaban a precio turista adinerado, es decir, unos cien dolares el tour y cincuenta por vivir el rito con el curandero, en el que se toma la bebida sagrada -y alucinógena en ciertas dosis- llamada Ayahusaca.
Conocí la posibilidad de acudir a un curandero porque conocí en el autobús a un periodista de Newcastle, que viajaba también a Puerto Maldonado, y me explicó que quería someterse al rito para después escribir sobre ello. Su historia es la siguente: Para empezar diré que fue campeón nacional de atletismo del Reino Unido, lo tuvo que dejar por una lesión en la rodilla, cuando en una operación le hicieron desaparecer una de esas partes con un nombre que duele al oirlo, y que necesitaba para poder correr bién. Trabajó como periodista varios años porque creía que sería diferente cada día. Comprobó que no, y entonces decidió que se iba a viajar por sudamérica. Para ahorrar dinero trabajó ocho meses en Reino Unido. Como la vivienda allí es muy cara pasó dos meses durmiendo en una tienda de campaña, cerca de la playa; otros tres meses repartido entre las casas de varios amigos, a cambio de cocinar todas las noches; los otros meses los pasó en una carabana, no sé de quién. Parece ser que el jefe (de su trabajo como periodista) un día le comentó que no era bueno para su salud que viviera en una tienda de campaña, y mi amigo inglés le dijo que si le pagaba más se buscaría una casa. La última vez que compitió corriendo fue justo antes de venir a américa -una media maratón, y otros dos tipos de carrera- para pagarse el billete de avión. Después de viajar unos meses se apeó en Cuzco, donde tuvo un romance con una chica de allí y trabajó como profesor de inglés dos meses. Ahora debe de estar recuperándose de su viaje místico con el curandero.

Ahora mismo recuerdo otro personaje que conocí en Rosario. Es una chica francesa que descansaba, en el mismo albergue que yo, de su investigación sobre agricultura alternativa. Lo más interesante es que una chica francesa de veintiún años haya viajado haciendo autoestop por Argentina y Brasil con mucha frecuencia, rompiendo así algunos esquemas mentales colectivos sobre el concepto de peligro o latinoamérica. Se notaba que disfrutaba quebrando los prejuicios de la gente con sus vivencias.

En cualquier caso, rechacé la idea del curandero y me fuí hacia Cobija, en un trayecto de 4 horas. Después de llegar a la frontera Perú-Brasil recorrí un tramo en otro taxi, hasta llegar de nuevo a la ciudad fronteriza Brasilea, y desde allí, andando, a Cobija. Tuve que pasar dos noches en esa ciudad, donde conocí a dos niños muy simpáticos que me explicaron sobre los peligros de las maras que ajustan cuentas por las madrugadas. A las doce de la noche, decían, no hay nadie en las calles.
Así que yo me fuí cautelosamente a dormir a las nueve y media o antes. Al día siguiente no encontré bus, así que se repitió el dia, incluyendo el encuentro con el niño. Otro dia después me aventuré en un viaje de dieciocho horas, cruzando cuatro rios del amazonas -en transbordadores que soportaban el peso del autobús y que luchaban contra la corriente de los rios para llegar a su puerto. Por fin llegué ayer a un pueblo llamado Riberalta. Allí pasé una noche más, yendome a dormir precavidamente temprano, y al dia siguiente, hoy, he llegado al difícil de nombrar Guayanameri, en una hora y media. El trasnporte en bus hasta Trinidad es difícil, porque las lluvias han crecido los rios, así que mejor me voy a ir en barco, que es más lento pero autóctono -seis dias compartiendo viaje con los lugareños y durmiendo en una hamaca de lona. Quise comprar o informarme del billete de barco esta tarde, al llegar, pero me señalaron el puesto de la guardia de la marina, encargada de la información, y me dí cuenta de que el edificio está totalmente anegado de agua. Así que mejor mañana voy a preguntar directamente en los barcos, que ahora, por el nivel del rio, pueden navegar hasta la boletería.




1 comentario:

Mirabel dijo...

Estoy próxima a viajar a Madre de Dios y me preguntaba si era accesible llegar a la frontera. Tu post me dio muchos alcances. Gracias y sigue compartiendonos tus viajes